miércoles, 18 de julio de 2012

Invierno

La veía sonreír tristemente bajo el árbol maltrecho, con flores blancas y pequeñas, como mariposas de nieve que caían sobre su rostro de palidez lunar. Se le habían escapado las sombras de la mirada y sus ojos brillaban con una luz desconocida, algo que él describiría como sobrenatural, fuera de este mundo y sobre todas las cosas, hermosa. 
Él le sonrió y se llevó una mano al lado izquierdo del pecho, en donde aleteaban con fuerza los cuervos de un amor adolorido. Sintió el ritmo regular bajo la palma caliente y cerró los ojos, como quien escucha una melodía silenciosa y ella pensó que quizá las voces estaban hablándole. 
Tomó aire y su rostro se mostró afligido cuando la mano se hizo espacio entre aquella carne blanca que nunca antes había sido tocada y se adentró en las profundidades de una herida nueva que abría entre los jirones de piel enrojecida. Los dedos hurgaron más y ella observó, con el rostro congelado de pánico y palidez, como la sangre brotaba a lágrimas calientes y negras, como infectadas de tristeza acumulada por tantos años, tanto tiempo. Y él sonrió cuando encontró algo dentro de sus entrañas y con un crujido de dolor, muriéndose de aquella sensación tan devastadora, logró sacar un corazón que a penas palpitaba de entre su oscuridad. 
Temblando de dolor, se lo ofreció con una sonrisa y el brillo sobrenatural, fuera de este mundo que él tanto admiraba se intensificó hasta ser terrorífico, asustado, llorando pánico por las mejillas de luna solitaria. Ella negó con la cabeza, sintiendo el olor de la sangre embriagando sus pulmones y un vidrio muy leve, algo frágil y desconocido, que se quebraba dentro suyo con el sonido de quinientas ventanas estrellándose contra la realidad. 
"No lo hagas" le dijo y él no escuchó, si no que la observó sin saber qué era lo que seguía. La sangre se escurría por la banca en donde permanecieron charlando, en donde las cosas saldrían bien y todo, absolutamente todo estaría mejor. 
Y ella lo abrazó temblando de miedo y de confusión, llorando como no lloraba hacía mucho tiempo, clavándose los vidrios de aquello tan desconocido dentro suyo, empapándose las manos y el pecho de sangre ajena, sangre nueva, sangre. 
Pero el corazón había caído al suelo y ya no palpitaba más. 
Con todo el amor que alguien pudiese imaginar, bajo el árbol de flores blancas, ella quedó abrazando al cadáver, aferrándose a la frialdad del hombre que la amó hasta la muerte. 


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