jueves, 26 de abril de 2012

Polvo

Era la vida y era mi muerte, como la luz que entraba por la ventana y era tan tenue, que no me despertaba ni me adormecía, como el verano más eterno de todos. Era la lluvia dentro del paraguas del olvido y era vela  solitaria en el sueño que nunca se llevó a celebrar. Era la promesa rota dentro de un bolsillo y una historia partida, dejaba en todos lados como puñados de otoño que se escurre entre dos manos sin dulzura. 
Era mi amargura y mi burla a la dulzura, mi propia contradicción que nunca debería de ser explicada, la hoja escondida entre los libros y que alguien encontró por error. Pero no era un error ni tampoco era mi tropiezo. Si algo me dejó, como el mercurio que se escapaba de las manos, era la estela débil y triste de la felicidad que se perdió no en la noche ni en la oscuridad, si no el color negro y difunto de mi ser extraviado. 
Sin saber a dónde ir. No era mi camino ni tampoco mi sendero torcido, ni la pena del fondo de la copa hecha añicos o el aroma perdido de los libros abandonados por una idea en pedazos. 
Era mi poema perdido en el espacio tímido entre sus dedos, era el verso que se quedó a la mitad en la cortina de una habitación sin cama ni matrimonio, ni tristeza ni separación. Neutral como el color blanco y puro que nunca fue nuestro y tampoco llegó a teñirse por un error absoluto. 
Era todo y era nada, era la niebla que recorre mis noches y el eco descuajaringado de las olas por la madrugada, el mar que asfixia y en donde las penas se encogen hasta volverse historias de amor, las que los ancianos cuentan en las bancas solitarias y nunca nadie, salvo los que hemos sido realmente infelices, podremos recordar como algo privado, propio, una parte que se aferró a lo poco que nos queda. 
No, no me queda nada y lo podría tener todo en un aplauso de auditorio. Se aplaude al final del drama, se llora en la muerte, se ríe después de la sonrisa, salvo los que somos realmente infelices. 
Era el llanto y el rostro serio, una sombra de sol en una hora suspendida en un silencio incómodo de sala de espera. Era las oraciones largas y sin sentido, los errores ortográficos y los puntos finales que mataron el poema que nunca dejó de esconderse. 
Era la canción y el pentagrama, la nota tímida. la tiza en los dedos cuarteados y el piso extraño del colegio sin alumnos, como los pasadizos en donde caminé con mi infelicidad y nunca jamás encontré algo que me cambiara, ni me despertara, ni me recordara que la muerte no me acompañaba.
Pero era mi vida y era mi muerte. 
Y sin su existencia, como el nudo que se cierra en mi garganta, pero del otro lado no hay infierno ni cielo ni una idea usada como la promesa de un infancia. 
Al otro lado, solo estamos nosotros. 

No hay comentarios: