Quizá nadie llegue a comprender de verdad cuánto la odio y que daría todo por desaparecer sus pasos, el eco de su voz que nunca llegó a mis paredes y su risa de loca, de demente sin arreglo. Ella, que representaba la depresión y la bipolaridad, las clínicas, las lágrimas y la risa. No, definitivamente nadie llegué a comprender cómo quisiera hacerla desaparecer y al mismo tiempo dejar que se quede el tiempo que quiera, para siempre, si es que existió en su diccionario la palabra eternidad.
Tengo unas hojas arrugadas en los bolsillos que ella nunca leerá, canciones ridículas y manoseadas que escucho intentando alejarla de la letra, separar ese hilo de carne y emociones que la une a todo lo bello, todo lo maldito y todo lo que está tan loco, demente y retorcido como ella. La loca, con su corte en el antebrazo izquierdo que se hizo cuando se intoxicó de alcohol una noche de hace años, con las cicatrices de su torpeza infantil plasmadas en sus rodillas raras y el sendero siniestro de marcas que le dejaron las alergias y su vida de caídas en donde se puso de pie y cojeando, continuó caminando sin saber a dónde se dirigía.
Quizá es algo así lo que nos une, así de lejos como estamos, ninguno de nosotros tiene la menor idea de adónde va y caminamos, cojeando y muy pronto arrastrándonos, por caminos extraños y raros. Pero nadie mejor que ella para lo que está chueco y torcido, todo lo malo, todo lo que está manchado de sangre, brea y errores; esa es su área, su campo de estudio. Nadie podría explicar mejor la muerte, la belleza y el perdón que ella, que nunca murió, que nunca se vio bella y tardó más de diez años en perdonar a los demás, pero nunca a sí misma.
Encontrarla fue encontrar la contradicción, la tristeza riéndose de sí misma en su máxima representación humana. Bebe y rechaza cigarros, se ríe de todo y mira la noche por la ventana con una mezcla de miedo y admiración, se llena de coraje y grita, se hace heridas en la cabeza, se muerde las manos y cuenta historias, cuentos largos, ayuda a la gente a encontrar su camino, pero no tiene la menor idea de qué decirse a sí misma para dejar de estar tan triste, tan muerta y sin embargo, tan llena de vida.
Ella, con su risa de loca y sus ojos que pronto no leerán más libros y esas manos que en algún momento dejarán de escribir en las paredes y buscar entre lapiceros y hojas blancas, un verso del cual agarrarse para no morir.
Pero aunque se hunda en la tierra y esta se la devore y en unos años no sea más que polvo del polvo y no quede nada de sus uñas ni de sus pestañas y sus ojos sin brillo, no descansará en paz.
Y recordaré su nombre hasta que me toque morir.
Quizá entonces estemos de verdad juntos, allá, al otro lado de una vida que no supimos vivir.
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