Abrazando mi demencia y besando mi demonio dormido, terso, de ojos profundos, yo te pienso. No solo te pienso, si no que te odio y te odio con la más fina de las maldades, con el peor de los desprecios y no anhelo tu muerte, solo tu agonía.
Largo, dulce, interminable, deseo tu llanto y grito, tu rostro deformado por la amargura, desfigurado, carente de belleza. Rus ojos brillantes, opacos, llorosos, rebosando de sangre y tu boca antes amada, ahora como de cripta, una boca de horror y yo espero, pacientemente, que solo quede de ti, carne muerta.
Ah, niña tan sufrida, sonriente, la más despreciable de las criaturas que he conocido, cuento los segundos que respiras y que respiras y te mueves en sueños, tibia, tan tierna, te mueres suave, princesa y yo observo, espero y lloro. No sé quizás de felicidad o de pena. Oh, princesa, qué cercana está tu muerte.
¡Ah! ¡Tu cuerpo maldito que aún palpita entibia, pronto será solo el tronco muerto de un sueño, una flor marchita, algo absurdo!
Serás tan llorada como el hambre y te extrañaré, como quien extraña a los monstruos del armario.
Buena suerte, sirena de frío, serena, infecciosa.
Y yo de pie espero, yo solo observo.
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