Encuentro en tu mirar, el mejor de los enigmas. Te veo y en tu pupila rajada, brillan cientos de símbolos, los jeroglíficos de muchos cuentos y verso que nunca te escuché decir. Hay una frialdad peculiar en tu rostro, pero me brilla la vida cuando sonríes y el invierno se derrite, mostrando una primavera escondida.
Encuentro en las diez palabras que intercambiamos a la semana el mejor de los regocijos, es como un abrazo en cada coma y el punto final solo hace que lluevan las más agridulces sonrisas. Qué triste es verte partir, pero en esa tibieza de tu recuerdo solo se ahondan mis emociones y siento que te quiero más, si es que se puede querer aún más.
En cada palabra que me dicen de ti hay un misterio más, una pieza que podría encajar y una historia que me nace, pero es probable que nunca escriba. Me dan ganas de llorar cuando comentan de ti y yo solo asiento, porque no puedo publicar lo mucho que te admiro, también me dan ganas de llorar cuando me quedo entre la multitud porque no quiero hablarte, solo quiero observar, pensar en cada uno de tus detalles.
Hace mucho viento por la tarde, pero encuentro en cada paso que das una calidez que no tiene ni el mejor té inglés del mundo. ¿Te sorprendería que te lo dijera algún día?
Me encuentro encontrando encuentros casuales y solo me sé reír y decir que qué rápido pasa el tiempo y que si pudiera detenerlo, no dudaría en pasarlo a tu lado, aunque sea en silencio, con un café entre las manos o un libro, si prefieres.
Algunas veces, cuando hablamos, tengo miedo que escuches el aleteo de mi corazón con cada cosa que dices.
Y algunas veces, también me escucharía escuchar qué música extraña produce el tuyo.
Pero yo no escucho nada. Todo siempre tan callado.
Solo existe, en esos momentos, el suave murmullo de tu palpitar, que es como un océano sereno.