viernes, 9 de octubre de 2009

Un Cigarillo

La gente los habían visto juntos. A ella, con sus vestidos de colores tranquilos en las reuniones familiares, luciendo hermosa encima del encerado piso y las amarillas luces de la sala. Y entonces él entraba, con su traje elegante y una sonrisa tímida, los zapatos bien lustrados y una copa de champaña en la mano que nunca tomaba por completo.

Mientras daban un vals en la radio, ellos hablaban. Muy callados, sin que nadie se diese cuenta, en una esquina del gran salón. Y los familiares comentaban sobre la hija del cumpleañero, gran señor reconocido en toda la ciudad. "Oh si... ¿Has visto a la hija con aquel muchacho? ¡Si ambos son la comidilla de todos!".

Y cuando todos ya estaban lo suficientemente ebrios, se escapaban del gran salón hacia los establos, donde acostados en los montes de paja, se quedaban a hablar hasta que los buscaban y corriendo, despidiéndose con un fugaz beso en la mejilla, regresaban a casa con una sonrisa en el rostro y las mejillas sonrojadas por el vino que se robaban de la cocina.
El tiempo pasó con rapidez. Y las cosas cambiaron con él. Las reuniones familiares se detuvieron, el muchacho tan agradablemente bienvenido dejó de ir y creció, al igual que la hija del importante señor, que por cierto se hacía más viejo.
La joven y el muchacho trataron de encontrarse.
Pero la distancia fue más poderosa. Una noche, ella escuchó decir a uno de los guardias que había visto al joven visitar la casa de una jovencita adinerada la noche anterior, a una fiesta privada.
La hija del importante señor se quedó callada y no volvió a nombrar el nombre del muchacho que había amado tanto, olvidándose de su sonrisa tímida, sus ojos profundos y sus zapatos limpios.

Y él tampoco fue a buscarla.
Muchos años más tarde (cuando él ya era un hombre y ella una hermosa mujer) él salió de casa a un bar conocido en la ciudad, para tomar un café que se le había antojado por hacía mucho tiempo.
Sentado en la barra, con su taza de café en la mano vio a una bellísima mujer sentarse a su lado, con una boina negra cubriéndole la mirada.
Ella le pidió fuego para un cigarillo y el se lo dio.
Cuando ella levantó la mirada, ambos supieron que se habían vuelto a encontrar.
Los tiempos habían cambiado.
Y ellos habían cambiado con él.

1 comentario:

Nemesis dijo...

Es triste pero es cierto, a veces cambiamos mucho y sin darnos cuenta de ello, entiendo que hay momentos en que sientes que la soledad te atrapa, que hemos nacido, vivido e incluso que moriremos solos, pero aqui estamos, y es lo unico que no podemos cambiar, si te sientes solo estaras solo y si quieres estarlo tambien lo estaras.
Hay algo en vos que me ha llamado mucho la atencion, y lo digo en serio, te dije un dia que seria interesante encontrarnos en el messe.. y aun lo mantengo.

He leido algo de tu blog y hay cosas en las que siento como si hablaras de mi, pero de un yo que quedo atras hace algunos años y me lo has hecho recordar, y eso te lo agradezco.

Hasta pronto...