"En el colegio, se decía que el Club de los Corazones Rotos no era más que ese grupo silencioso de chiquillos que se vestían de negro y andaban como una bandada de murciélagos a todos lados. Todos los observaban desde lejos y solo los locos y los borrachos se atreverían a hacerle frente a algún miembro. Las mujeres con sus botas de cuero y sus brazaletes de púas caminaban a zancadas por los pasadizos del colegio riéndose, abriendo sus labios rojos como la sangre de una rosa, encarnando la violencia y la fragilidad misma. Los hombres con sus rostros serios y risas profundas, manos grandes, anillos extraños y camisetas de grupos desconocidos y letras violentas. El Club de los Corazones Rotos. Si atacabas a uno, el resto se te venía encima. Más allá de aparentar ser la procesión de niños góticos en plena catástrofe de adolescencia, eran personas bastante amigables o por lo menos eso es lo que yo digo porque me aceptaron al verme desamparada, desprotegida y sola.
Hasta ahora no comprendo a quién se le ocurrió el ridículo nombre de Club de los Corazones Rotos. Cada persona tenía su historia, pero no era un conjunto de gente que lloraba y se juntaba a lamentarse sin control sobre los miserables relatos de sus infelicidades amorosas. Todo por el contrario, este club se representaba por gente que estaba tan asqueada del amor moderno que se limitaban a hablar del lado más realista y científico. Cualquiera se queja del amor, pero yo nunca había visto a una chica fumarse un cigarro, acomodarse la casaca de cuero y decir que químicamente, el amor dura tres años y luego muere en el cerebro a falta de estímulos.
Recuerdo casi con cariño las noches de ron fuerte en las escaleras del edificio abandonado, los sábados de cerveza y discos de heavy metal, la comida chatarra y los paseos en el antiguo Mustang rojo, gritando por la ventana aclamaciones a la libertad y muerte al amor contemporáneo. No éramos adolescentes sin alguien a quien amar; nos teníamos los unos a los otros.
Más de cinco años después de mis buenos años de colegio, el Club de los Corazones Rotos se ha disuelto pero los pedazos que quedamos nos llamamos uno a otros como metales cargados de magnetismo.
Ya no estamos solos y no podemos decir que todavía odiamos al mundo y al 14 de Febrero. Hemos crecido.
Pero hemos madurado lo suficiente como para seguir creyendo que lo diga el resto de nosotros, no vale ni un carajo".
B.