miércoles, 13 de octubre de 2010

Siempre, mi verano

Los veranos ya no significan nada sin Annie. Creo que ahora, sin importar cuántas tardes salga el sol o que la profundidad del olor primaveral nos ahogue a todos, todos los días serán una rutina, algo aborrecible que no llegaré a comprender ni aguantar. Estoy aprendiendo a vivir sin ti, Annie. Traigo al presente esas memorias... parece que todo hubiera sido ayer, cuando en realidad ocurrió hace seis meses. ¡Seis meses, Annie! Medio año no es suficiente para olvidar, ni para mi, ni para ningún ser humano en ésta tierra que esté torturado a borrarte. Hace seis meses bajabas alegremente las escaleras de madera de nuestra casa de campo por las mañanas, despertándonos a todos con tu alegría. Con tus camisones de colores flotabas como hada y abrías la puerta, sin ese miedo al más allá, sin pavor a lo que esperaba al otro lado. Me levantaba endemoniado y te observaba por la ventana, silencioso, siempre a escondidas.
Annie, corrías entre los pastos verdes, hectáreas de campo detrás de tu rostro sonriente te saludaban, debajo de un cielo azul, como tus ojos, como los de tu madre. Tus piernas infantiles y largas de jirafa brincaban de manera inocente, despertando mi interés.
Fascinación, Annie. Me fascinaba verte jugar. "¡Ven ya, Gabriel!" gritabas desde el paraíso "¡Ven ya y atrápame!" Qué bien que pasábamos juntos el verano, hermosa. Que fueras mi prima no era una desgracia ni un pecado, era una bendición. Estar junto a ti sin temor al rechazo, tocarte con naturalidad, saber que era solo tu primito de manos ásperas... no el destructor de tu infancia.
Te perseguí, te aceché como un animal entre los campos verdes sin que te dieras cuenta, para ti todo era un juego, algo como princesas y príncipes, solo inocentes cosquillas en tu vientre blanco. Nos alejamos de casa, pareciese que supieras lo que hacías, que te gustara ser mi presa todas las mañanas, primita. Nos perdíamos de vista, hermosísima Annie, siempre mía.
Riendo te tumbabas en la hierba fresca, bañada de luz te encogías en mis brazos y yo te acariciaba, muchacho silencioso a tu lado. "¿Vamos a quedarnos, Gabriel?" preguntabas "¿Vamos a quedarnos por siempre?" Nunca te respondía tus preguntas, tus infantiles besos de niña en mis labios maduros, no quería que notaras ni por un instante lo que sentía por ti. Niña mala, traviesa de mis fantasías mejor alimentadas, primita Annie. Revolcándonos como los amantes que no éramos, siempre carcajéandote, trenzas cafés y manitas que se aferraban desesperadas. El aroma suave de tu cuello a mi plena disposición. Regresábamos llenos de tierra y plantas, nuestra familia nos miraba alegremente, nunca nadie sospechó de nosotros, jamás, algo entre nosotros jamás, primita.
¿Cuándo se arruinó nuestro juego, Annie? ¿Cuándo comenzaron a darse cuenta de las marcas, las exitantes consecuencias de nuestros escapes? ¿Cuándo dejamos de ser primos, Annie?
Iba a casarme contigo, iba a jugar contigo toda la vida.
Todo ahora carece de significado. Lo único que podría alejarme de la aburrida agonía en la que sobrevivo es otro tacto suave de tu piel infantil. Que me llames de nuevo, Gabri, Gabriel, atrápame, no me dejes ir, quédate, por siempre.
Seis meses, Annie.
Seis meses de solitario y enfermo camino hacia la muerte.

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