Hoy por la tarde llegué con dos horas de retraso en el mismo bus de aquel frío viernes 8 de octubre. Fui la primera persona en salir y atravesar una pequeña multitud de padres que rieron y aplaudieron al ver que finalmente iban a ver a sus hijos de nuevo. He comprobado que sí nos extrañaron después de todo. Me esperaban con un globo rojo que decía "Te Quiero" (tiempo de sarcasmo: Es la primera vez que me dan esos famosos obsequios y sí, me siento extraña) y una Coca Cola helada que me revivió por completo. Un fin de semana en la selva es mucho más de lo que se pueden imaginar.
Chanchamayo fue un paraíso color verde que me engullió el alma con su aliento caliente. Aunque la primera noche fui presa de un ataque de nervios basado en bochornos y llanto, todo lo que le siguió fue increíblemente inolvidable. Olvidé las dolorosas consecuencias de cruzar selvas y riachuelos, aprendí a matar polillas con zapatos y admirar la selva virgen en su gloria por las mañanas. Aire caliente, olor a tierra, vegetación, esfuerzo y una libertad perfecta.
Chanchamayo fue un paraíso color verde que me engullió el alma con su aliento caliente. Aunque la primera noche fui presa de un ataque de nervios basado en bochornos y llanto, todo lo que le siguió fue increíblemente inolvidable. Olvidé las dolorosas consecuencias de cruzar selvas y riachuelos, aprendí a matar polillas con zapatos y admirar la selva virgen en su gloria por las mañanas. Aire caliente, olor a tierra, vegetación, esfuerzo y una libertad perfecta.
Éste viaje ha significado más que un fin de semana lejos de casa, de la ciudad y del Internet. Tuve la suerte de compartir habitaciones con buenas personas, descubrí que quizás solamente necesitamos tiempo para aprender a estar juntos y soportarnos, aunque todavía palpite una remota esperanza de ser todos amigos dentro de mi promoción. Es muy difícil vivir de esa manera, pero de todos modos, la selva nos contagió el brillo que habíamos perdido por el moho y humedad de la ciudad.
Chanchamayo me demostró que la belleza de mi país no tiene límites. Ahora mi nacionalismo va en un imparable aumento, una pasión que curiosamente ya no siento con el resto de seres humanos. Mi admiración por la belleza puede emocionarme hasta las lágrimas, sensibilizarme, volverme más humana y vulnerable.
Agradezco a mi Papá que todo haya salido espléndidamente. Regreso con el espíritu renovado y uno que otro moretón/corte por mis famosos tropiezos. Nada que me haga olvidar lo bello que ha sido todo. Danzar con los nativos Asháninkas, utilizando sus prendas y con el rostro pintado, al rededor de una fogata interminable.
Gracias al personal del campamento "Quimo", a nuestros profesores que soportaron risas, caminatas y microclimas, al pastor con su alegre guitarra y al chofer, aunque hayamos tenido que pagarle para que se detenga en un grifo cuando a alguien le urgía bajar.
Chanchamayo, nunca voy a olvidarte.
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