viernes, 21 de diciembre de 2012

Disiempre.

Cuando sentadas en la larga mesa de caoba de la biblioteca, inhalábamos el incienso de manzana que compré en el barrio hindú hace un par de semanas. Viendo como el humo se moldeaba a las mismas formas tristes de anécdotas pasadas, antes de desvanecerse entre mis libros, alguien comenzó a reír. Y así, con aliento a ron y ganas de sobrevivir, lamentábamos no estar lo suficientemente mal como para marcarnos las muñecas con la varilla del incienso ardiendo al rojo vivo.
Una llamada desde el otro lado y le dije debajo de las sábanas todo lo que había pasado, lo bueno y lo muy malo, lo terriblemente malo. Falta poco y nos olvidaremos de las fechas prometidas, falta mucho y falta poco. Hoy día me puse a escribir en la sala de espera y me duele la cabeza, porque estoy posponiendo penas. 
Estoy cansada porque soñé con el mar, el mismo mar de siempre, violento y frío que viene y destruye ciudades, arroja cadáveres en las orillas y nunca se calma. A veces quisiera reunirnos de nuevo, como antes, si no estuviéramos tan lejos y escuchar cómo me pregunta ¿Te acuerdas la primera vez que lo viste? Reír mucho golpeando la mesa, en ese tiempo donde prometimos cicatrizarnos los nudillos en señal de una promesa y hasta ahora las únicas marcas que tenemos han sido consecuencias de errores y masoquismo del más refinado y reprimido.
Podría dormir por semanas enteras, pero mis sueños me traicionan con imágenes en alta resolución de cosas que no quiero observar, no quiero recordar y es inútil porque las llevo a todos lados. 
Y ahora qué. 


 

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