miércoles, 12 de diciembre de 2012

Consultorio

Mi doctor tiene las fotografías de su pasado en la aviación pegadas en la pared. Está cruzado de brazos, frente a un avión color negro y alguien movió la cámara, su rostro está borroso, pero se distingue aún que está sonriendo. Me pregunta cómo me va, tiene arrugas al costado de los ojos, las manos tibias y su característico aroma a café recién preparado. "Le he traído esto" y mi doctor da las gracias por el café de Colombia que le encomendé a un amigo de la familia. Me dice que me acueste, hace sus menesteres de doctor, haciéndome preguntas que sabe que no puedo responder hasta ponerme de pie y escupir hacia un costado. La enfermera me sonríe. Recuerdo que hacía mucho tiempo, en la cirugía del año pasado, se encargó de limpiarme las lágrimas mientras acomodaba el aspirador en mi boca amarga y adormecida por la anestesia, dejando las manos de mi doctor empapadas de sangre. 
Terminamos y me pregunta que cómo me va. Le digo que ahora toco en la nueva sinfónica de la universidad, que me va muy bien, que tenía un concierto dentro de una semana y que quizá viajaría a Cuba durante enero. Sonrió, como siempre, se sacó los guantes y contó que era el cumpleaños de su nieto, le iba a regalar un teclado y alabé la decisión.
En la sala de espera una música de cuna me llamó la atención y venía de una muñeca que una niña mecía con cariño. Tenía los ojos grises, enormes, con lágrimas frescas atrapadas en las pestañas. Le sonreí, me sonrió y sentí la punzada usual que tengo cuando miro a niños pequeños. Es como si en mi vida anterior, me hubieran maldecido con infantes difuntos o una triste esterilidad. Su madre me miró y vio las ya casi invisibles marcas de mis antebrazos. No dije nada, desvié la mirada. Qué buen cuadro parecería aquel, la vida y el paseo por la muerte sentados en la misma banca de un consultorio. 
Regresé a casa. Escuché.
A las seis y media de la tarde desperté con la consciencia que no había dormido del todo, pero sí que había llorado como esta mañana, como ayer, como la noche anterior, como ya llevo varios días patéticos y silenciosos. El dolor de cabeza no se había ido por completo. Tomé mis pastillas. 
Y vine a escribir. 


B.

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