sábado, 22 de diciembre de 2012

11:57

Para Apollonia. 



Y anoche, mientras se aguantaba las ganas de llorar y buscaba el rosario perdido entre los senos, mirando hacia el techo en temblores eternos, le dije que en algún momento se iba a arrepentir. Le dije, Te vas a arrepentir de desaparecer de la vida de las personas con la misma horrorosa facilidad con la que te dejaron en algún momento. Pagar a todos con la misma moneda, incluso a los que no desean ganar más. Le pregunté qué pasó, si todo parecía estar tan bien, si habían risas en el atardecer y hasta luegos tímidos bajando las escaleras ¿Qué cambió? Hipando del miedo y llorando contra las almohadas, me dijo que lo sentía, que si pudiera arreglaría las cosas con un abrazo largo y un lo siento entrecortado, taparía las fallas y los agujeros de su debilidad para hacer que todo regresara a la normalidad. Pero no puedo, me dijo, Ya no puedo con esto. Yo le recordaba, en algún momento vas a querer regresar, querrás estar de vuelta y reír a flor de labio. Entonces recuerdo que no puedes, porque tienes miedo y porque cada vez que te acarician, tu piel se hace de papel, tus huesos se rompen como ventanas, tus ojos arden y lloras por semanas enteras sin que nadie te detenga, porque nadie se da cuenta. 
Anoche, mientras se quedaba dormida con un brazo colgando fuera de la cama y los ojos adoloridos por tanto leer y tanto recordar, le acaricié los cabellos y admiré su falta de fe, su infinita desconfianza en las personas. Más así, viéndola dormir, recordé que en el fondo de su océano de espejos rotos, palabras frías y largas ausencias, seguía siendo la misma persona que se sentaba a las seis de la tarde en la plaza, y en medio de risas partidas, se echaba a llorar porque alguien la quería.
Y más que nada, ella también lo hacía. 

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