martes, 14 de agosto de 2012

Tenue

El frío característico del invierno en Lima. Siempre, el invierno que amenaza con comerse todo y a absolutamente todos. Escuché el silencio frágil que hay durante los amaneceres y recordé que los prefería, porque siempre he detestado los atardeceres. Hay algo amargo, extraño y punzante en el naranja, el violáceo del cielo y el sol ensangrentado ocultándose en el horizonte. La desaparición de la luz no siempre trae trae algo mejor. Pero este amanecer ha sido diferente a los demás, porque pensé en morir de una manera más real que nunca, fuera de bromas, de exageraciones y frases garabateadas. Pensé en morir como quien piensa en descansar y me sorprendí en aquella sensación de vacío, porque nunca se me ocurrió que aquel momento llegaría. Me la paso hablando a gritos diciendo que la vida es bella en su imperfección y hay belleza incluso en las amarguras, no es una mentira, de verdad lo creo así, pero no sé por qué parece que no fuera así. A alguien que no sabe qué le hace feliz y porqué sigue aquí es muy fácil que se le ocurra en morir durante un amanecer. Morir, dormir, descansar, despertar en algún otro lado o en la mera nada. Pensé esta mañana en morir de manera muy seria por primera vez en mi vida, pero las manos se quedaron bajo la almohada, los pies helados enredados en las sábanas y horas después terminé de leer un libro sentada en la sala. Horas después de mirar el techo con las mismas ideas, voces e imágenes dando vueltas en mi cabeza, metí las manos en los bolsillos y me fui caminando. 
Hoy pude hablar de nuevo como lo hacía antes. 
Dicen por ahí que el invierno solo se va cuando no tiene nada más que consumir, pero no es así. 
La nieve se derrite ante la luz tenue, solo para dejar ver las hojas verdes de algo que seguirá estando vivo. 


B.

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