Mientras regresábamos a casa, prendió un cigarro y arrojó el humo mirando hacia atrás. Decía que era de mala educación echarle aquella nebulosa gris a la gente en la cara, era solo un gesto de rechazo o de indiferencia, mejor era darse al vuelta, en ocasiones. Parecía que iba a llover y el blanco del cielo enfermo se tornaba gris con los pasos que dábamos por la avenida. "Quizá no estamos listos y es todo" me dijo de repente y no entendí qué quiso decir "Creo que hay personas que simplemente no nacieron para amar".
Me invitó un cigarrillo cuando llegamos a la panadería e intentando prender el encendedor contra el viento que nos calaba los huesos, me repitió su idea sin estar seguro del todo "¿No es eso triste?" me dijo con un gesto de malestar "¿No es horrible que haya gente que simplemente no puede?".
Regresando a casa y a su lado, recordé lo mucho que nos parecíamos. Tanto porque nos gustaba el invierno y le encontrábamos el toque amargo a los largos veranos en la ciudad, porque caminábamos uno al lado del otro y nos contábamos los más abismales secretos y sin embargo no podíamos decir que teníamos confianza. Nunca, hasta ahora, llegué a entender como pudimos haber estado tantos años así, creyendo que uno de nosotros desaparecería en cualquier momento sin dar explicaciones y al final sacaríamos del cajón la manoseada frase que acordamos desde pequeños; Todos se van. Todos mienten.
Pero también era porque lo que más teníamos en común y nos separó por tanto tiempo del resto, fue nuestra nula capacidad de cerrar la piel después de un corte. Me miró sonriendo y me sentí alegre, mirándolo con su cigarro en la boca y las manos dentro de los bolsillos. Podría girar para mirar hacia atrás, y ver los dos regueros de sangre que arrastrábamos a todos lados.
La gente camina bajo la lluvia fumando y tiene la piel marcada por su pasado, para recordar antes de dormir lo que sucedió. Hay manchas blancas, hay rasguños que duran años, hay tejidos, hay costras y piel que se muere y vuelve a nacer, pero nosotros no sabíamos nada de eso. Le dicen cicatrizar.
Nosotros podíamos regresar a
casa fumando, podíamos ir a la ópera o a pasear por la ciudad muerta, pero
siempre arrastraríamos aquel riachuelo de sangre roja de todas las cosas que
nunca se cerraron, que nunca van a cerrarse. Y siempre creí que quizá no estábamos listos y eso era todo, que quizá hay personas que simplemente no nacieron para cicatrizar.
Pero nunca se lo dije.
Y así, regresamos a casa.
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