No suelo llorar mucho últimamente. En lo absoluto, casi no suelo llorar en éstos días, me faltan razones porque estoy siendo muy feliz en mi actitud vegetal, rechazadora de superficialismos.
Pero ésto es demasiado.
Me obligan a viajar una semana, voy a estar una semana lejos de casa en contra de mi voluntad, adiós coger libros por la noche, adiós escuchar música clásica en el radio, adiós ayudar a alguien en sus problemas, adiós a mi violín por UNA MALDITA SEMANA, adiós al piano, a las películas, a los discos polvorientos, a mis clases de matemática, a escribirles a ustedes.
Tendré una suerte ÚNICA si puedo escribir desde allá a donde me quieren llevar.
No saben como odio, detesto, aborrezco, vomito y me meo en toda ésta situación. Ya no tengo pena en describir tan vulgarmente lo que siento.
Me obligan a viajar porque en casa mis gustos y opiniones valen una puta nada.
Escucho Mozart para tranquilizarme, me trago las lágrimas, jódanse todos, necesito agua, a Ana Lucía y sus palabras tranquilizadoras, a Laurence, a mi amada Sarah Cárdenas.
PD: El día que regreso de mi viaje infernal, cumplo dos meses con Laurence. Vaya... que bonito segundo mes a cientos de kilómetros de distancia, gracias papá y mamá.
1 comentario:
=/ Bueno, trata de verle el buen lado a esto (seehh... probablemente pienses que un cabrón de sepa Dios dónde no tiene la razón de cómo debas pensar tu vida y no tú)
Seguro puedes encontrar algo interesante en ese lugar remoto, o bien pensar en una manera de sorprender a Laurence e inclusive conocer a alguien interesante, digo... el vaso que está a la mitad, velo medio-lleno, no medio-vacío
Suerte! (Y)
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