A pesar de los años que han pasado, he llegado a la casi conclusión que mi corazón sigue siendo el mismo ansioso sensible y sentimental de siempre. Después de conseguir aquellos videojuegos que me acompañaron durante toda la infancia, me di cuenta que sigo teniendo el mismo miedo hacia la escenografía de Alexis y que Klonoa jamás será superado porque es uno de los pocos juegos que puedo terminar alguna vez. Sigo siendo la pequeña que se sentaba a que le desenredaran el pelo con los dedos, la que comía cereales mirando televisión y lloraba cuando un extraño le llamaba la atención. Jamás olvido esa sensación de estar haciendo algo malo y que sea reconocido por alguien que ni siquiera sabe cómo te llamas; creo que eso fue lo que siempre me molestó, que alguien tuviera una mala imagen de mi sin conocerme de verdad, qué injustas son aquellas cosas.
Pues sí, siempre he sido la pequeña lujuriosa de ojos cansados, manos inquietas y pies torpes ¿Para qué negar aquello que me va a seguir siempre? Hasta ahora, el pensamiento más acogedor que tengo es el mismo que tenía cuando tenía cinco años; observar tele cubierta con una manta, comiendo galletas al lado de mis padres mientras afuera llueve y se está frío. No sé cómo explicar la sensación de recordar aquellos pensamientos tan antiguos, es como cuando uno se mea en la cama, la sensación no tiene explicación ¿O ustedes a caso pueden describir ese "aquello" tibio, vergonzoso e infantil por lo cual pasamos los seres humanos? Orinarnos en la cama... no hay señal más bella de necesidad durante la infancia. Cuando eso pasaba, mamá o papá venían asustados, conmovidos, nos daban un baño, nos cambiaban la pijama, puedo imaginar lo bonito que se deben sentir... por lo menos los buenos padres que sí quieren tener hijos.
Y si alguien se pregunta porqué dije unas líneas más arriba "pequeña lujuriosa" es porque siempre estuve mirando al género masculino con un interés desmedido. Nota adicional, jamás fui un blanco para los hombres, no era delicada, no me arreglaba para llamar su atención y tanto primaria como parte de la adolescencia fui una clase de fantasmita. Cuando era niña miraba a los hombres mayores, en especial a los delgados de ojos negros y de aspecto cansado, quizás algo enfermo, las ojeras en las personas blancas me daban una sensación de bienestar, igual que los dedos largos y los dientes firmes. De nuevo la "sensación sin nombre", cualquier doctor hasta este momento, podría imaginarse los traumas que tuvo que pasar ésta chiquilla para fijarse de manera tan detallista y libidinosa en las personas cuando era una niña. Pues señor doctor, maestro, sabelotodo médico, algún día podré contarle los encuentros quizás inadecuados que tuve cuando era chiquita, nada muy perturbador, cosas normales, emocionantes y quizás algo malignas. Cosas de todos los días ¿No?
Tenía un diario. A los diez años aproximadamente, escribí en mala letra y en inglés que me acostaba con alguien y jamás llegaba a tener hijos.
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