Después de mucho tiempo. Y me dijo, durante todos estos años, he pensado en ti. Te he pensando con lágrimas de rabia y de risa, con sangre limpia y oscura, putrefacta y fértil, con saliva y con plumas, con mañanas y con heridas. Te imaginaba y no decidía por dónde comenzar, si amarrarte las manos detrás de la espalda, recogerme el fusil al hombro y llenarte de plomo hasta las pestañas, porque quizá así me comprendas o si tirarme encima tuyo a destrozarte el rostro a mordidas y que me patees el vientre hasta ahogarnos en la propia sangre de nuestras conversaciones inconclusas. Asumo que no ha pasado ni un solo día en donde no haya querido destrozar una casa e incendiarla en llamas a base de nuestras conversaciones, como en los viejos tiempos. Me pregunto a veces con qué rapidez me arrancarías un pedazo de labio, con qué mirada rara y tierna te limpiarías la sangre de la frente y soltarías la usual ironía, como retirarme el rostro antes de un beso, tu limbo favorito. Ni estar a tu lado ni estar lejos de ti.
No pediría más que nada una semana de rasgar telas, despellejar flores de inicio a fin, penetrar pulmones con el humo intoxicado de tu sonrisa a medias. Siempre lo hemos sabido. Teñirnos la piel de violeta debajo del atardecer que quemó nuestros ojos bajo la ventana. Después de mucho tiempo te encontré con la mismo hambre infeliz de querer matarte y despedazarte, de dejarte en ruinas, pisarte la tráquea y morderte las costillas con la misma crueldad con la que escribías las mil y un verdades de nuestra mentira. Con qué ganas me arrancarías el corazón de un golpe mortal, con qué ganas arrancaría yo tu estéril y torcida inocencia que derramaban tus manos sobre mi pecho. Algo que se escribe con saliva, lágrimas y sangre no puede borrarse bajo el polvo. Escuchar tu ego supurando los versos del pasado; qué más hermoso que ver tu azul asfixia de tu propio orgullo. ¿Y si ganas esta batalla y te haces camino entre los huesos, si observas las marcas que me dejaron tus dientes de perla? Nada. Dirías, Yo siempre supe que estábamos tan enfermos pero tú tienes la maldad bien dentro, el corazón tan negro, que tendré que acostarme sobre tu pecho una vez más, a buscarlo con mi oído, y quizá, mientras lloramos, pueda arrancártelo de raíz.
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