"Estaba tan conmovido que tuvo que huir de la luz de la terraza y del jardín y refugiarse apresuradamente detrás del hotel, buscando la oscuridad del parque. Se le escapaban tiernos reproches, extrañamente indignados: ¡No! ¡No tienes derecho a sonreír así1 ¿Me oyes? ¡Nadie tiene derecho a sonreír así! Se dejó caer en un banco, enloquecido y respiró el perfume de las plantas nocturnas. Después, apoyado en el respaldo, pendientes los brazos, abrumado y recorrido el cuerpo por momentáneos escalofríos, murmuró la fórmula ritual del deseo, imposible ya, absurda, infame, ridícula, y, sin embargo, todavía sagrada y todavía respetable: Te amo"
Muerte en Venecia
Thomas Mann
Pág. 291
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