No sé quién eres, nunca te he visto, pero hace meses que no hablo con Dios y esta noche, soy capaz de regresar solo para pedir que no te vayas. No sé qué intenciones tienes, no sé porqué lo hiciste. Me hablaron de ti esta noche y supe que no puedo dejar que desaparezcas antes de cogerte de las manos y pasar un rato al costado de la cama del hospital. No sé de qué color son tus ojos, si tienes los labios gruesos o delgados como hojas de papel, si ríes muy a menudo o si lloras hasta que te quemen los párpados.
A penas sé cómo te llamas y ya significas tanto, que no me lo puedo explicar. Pero quisiera saber qué te sucedió, en qué momento tomaste una decisión tan cruda. No puedo juzgarte, porque a mí también se me cruzó por la cabeza y si te digo "Sé lo que es" no es un muleta verbal, no es un comentario de penosa compasión. De verdad yo sé lo que es y por eso esta noche voy a irme a dormir pensando en ti, en qué estarás haciendo, en si también has sentido esa sensación inaguantable de llorar en medio de un viaje de autobús porque ya nada parece tener sentido.
Siento mucho todo lo que ha sucedido, lo siento tanto que cuando me vaya a dormir, si es que lo consigo, el pecho me pesará con la misma amargura que el amor en sus maneras más inexplicables. Quisiera saber que vas a estar bien.
La noche nos cae encima y yo estoy aquí, vomitando oraciones y tú allá, sin saber quién soy, sin saber que existo, cómo me llamo y posiblemente sin comprender el porqué me preocupo tanto por una desconocida.
Desde mi silla y a horas de continuar con la misma rutina de Noviembre, lo único que puedo hacer es desear y anhelar y tener ideas flotando, orar un rato antes de dormir, pensar que va a funcionar, que vas a sobrevivir.
Puede que no nos conozcamos, pero no pienso dejar que te vayas.
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