lunes, 17 de septiembre de 2012

Septiembre III





La única razón por la cual quiero sacarlo es porque hace demasiado ruido. No me puedo concentrar, porque está sonando todo el tiempo, como un campanario. Como el galope de un caballo mareado y a punto de caerse por un barranco, romperse las patas, degollarse con las piedras. 
Y cuando no suena todo el tiempo, respira como la playa en invierno y no hay problemas. Lo puedo llevar a todos lados, no me distrae, me deja leer en paz. Pero cuando no es así, lo escucho todo el día. Habla, habla, habla. No se calla, no desea callarse y probablemente nunca se calle porque si él se calla yo también me callo para siempre. Así funciona con todos. Quisiera hacer algo respecto. La piel se estira, se producen los ecos, la sangre galopa. No solamente hace ruido y cacarea todo el día, si no que anima a todo el resto a la revolución, los golpea a latigazos y los llena de entusiasmo. 
Entonces la silueta se va y todo vuelve a la normalidad por unos segundos. Se calla, deja de golpear, parece como si nunca hubiera existido. Y yo no entiendo. Ya no entiendo nada. 


Quizá así es como debe de ser.
Relojes que funcionan, pero no tienen tic-tac. 

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