Yo lo miraba todo el tiempo. Nos sentábamos en el autobús cuando hacía tanto sol afuera y tanto calor adentro, leíamos en silencio y de vez en cuando me tocaba el hombro para decir "El día tan alegre y tú tan amarga" y así pasaban las imágenes por la ventana. Yo lo miraba leer, lo miraba comer, lo miraba reír, lo miraba incluso cuando él no tenía el mínimo interés en mirarme porque se enojaba. Decía que por más que quisiera, no podía ver más allá de la oscuridad de mis ojos. Y yo me encogía los hombros y lo miraba; las personas nacen siendo misterios y mueren de la misma forma.
10.11 |
Pasábamos la tarde sin decir ni una palabra, yo contra su hombro y él contra mi frente. El sol entraba por la ventana, se iba detrás de las cortinas, todo parecía estar tan tranquilo que adormecía y si no fuera por viejos afanes de corta violencia y su hábito de explorar mi nuca bajo la ventana, quizá nos habríamos dormido.
Pero yo lo miraba todo el tiempo y siempre me sorprende la fascinación con la cual me quedaba observando.
Más que nada me sorprendía que cuando lo miré de manera diferente por primera vez, no pensé en cuadros alegres, tampoco en el rastro solar entrando por la ventana ni en campanas ni viajes de autobús.
Cuando lo miré con amor por primera vez, solamente pensé en cómo sería cuando tuviera que decirle adiós. Antes de si quiera saludar, ya pensaba en despedirme. A cada tacto accidental de las manos, pensaba en que nunca más iba a tocarlas, y cada vez que lo miraba, hasta el último minuto, solo pensé en que dentro de un tiempo, nunca más nos volveríamos a encontrar.
Y desde entonces, desde siempre, las cosas han sido así.
No hay mirada tan llena de amor que pueda dar sin pensar en cómo serán las cosas cuando esa persona no esté más aquí.
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