Abrimos la ventana de lo que fue el cuarto de Lucy, la niñera que nunca más volví a ver. Me senté en el piano y cuando quise detenerme ella me pidió que continuara. Terminé el Air de Bach y en el último pentagrama respiré hondo. Cómo duele, le dije, y comencé a llorar sobre el piano, Me estoy muriendo y no puedo detenerlo. Me abrazó, entre mi violín contra la pared y el piano cubierto de polvo y lloré, como lloro desde hace unos días, y sentí que su corazón se afligía y sentí que me comprendía. El cielo se llenaba de moretones, comenzó a llover y yo lloraba. Lloraba y lloraba como no pude llorar todo agosto, en todo julio, en todo este tiempo. Hoy en la mañana encontré a una amiga que no veía desde verano y en el café, entre tazas y omelettes, me miró sonriendo y me dijo ¿Qué te pasó, B? y se encogió los hombros, Cuando te conocí en verano, nada te preocupaba, vivías tanto, eras tan feliz. Y yo lloraba en el cuarto de Lucy que ahora guarda mi piano y mis pinturas, mis pinceles en pedazos y mordiscones. ¿Qué es lo que ocurrió? Me desvanecí en el verano y me muero de frío, hueso a hueso y cada tendón se tiñe. Lejos de las páginas, de los enigmas y los encantos de la poesía. Me estoy muriendo, le dije temblando como nunca había temblado y ella me comprendió, Me estoy muriendo.
sábado, 8 de septiembre de 2012
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