domingo, 23 de septiembre de 2012

Después de la anastesia

Un anciano con las manos detrás de la espalda y una gorra color café pasó por mi costado, susurrándome "Qué bonitas rosas" hasta que desapareció cuando llegó a la Iglesia. Alucinación o no, bebimos lo poco que nos quedaba, tres gatos cruzaron como luces fugaces y alguien tosió muy fuerte, quizá dejando detrás un reguero de sangre por la intoxicación de la noche. Arritmia, le dije con una mano en el pecho, Creo que me acelero todo el tiempo. Vi mis libros favoritos en las vitrinas de las librerías, las mesitas redondas de los cafés en donde siempre flotaron mis fantasías infantiles y cogiéndole del brazo comenzamos a caminar hacia quién sabe donde, sin más preocupaciones que llevar la botella pegada a las costillas y la nicotina guardada en los pulmones. Un grupo de turistas noruegos se cruzó en nuestro camino, pasamos por un banco cerrado, perfumado y triste, casi nos atropella un auto y en aquel flujo de adrenalina llegó la risa en medio de la absoluta nada. Hacer la revolución, viajar a París y vender nuestros cuerpos a un extranjero ingenuo para luego robarle los órganos, Podríamos venderlos en Internet, seremos las más buscadas por la CIA, qué hay detrás de todo aquello. 
El nombre del mesero era Christian, se rió de nuestra risa, nos quitó la carta y con nuestra ventana hacia el mar, secamos tantos vasos como pudimos, sustancias dulces y amargas, colores que cambiaban dependiendo del ángulo del cual miraras la intoxicación. Por la belleza de la vida, por el amor, por el arte. Me dijo, Vamos al mar, tomemos un taxi y bajemos al mar y le dije, Hace frío, vamos a tirarnos al agua y no vamos a regresar, busquemos otro bar, busquemos otro camino. Las escaleras hechas una montaña rusa como un caracol desperezándose, la risa a flor de labio, el rostro adormecido por las historias. 
No fue tanto el dolor cuando me perforaron las orejas en aquella salita de luces parpadeantes, en donde un hombre enorme con los brazos tatuados me cogía del hombro para que no me moviera. Alguien se rió de entre la oscuridad, me dijo, Bebe más, se te pasará. Y luego vi como le perforaban la lengua, la contracción del dolor y luego el susurro de las agujas contra una espalda desnuda que descansaba al costado. No hay más nicotina por hoy, la infección es un peligro, es desagradable, No puedo sentir mi rostro. Risa, Déjame en la puerta de mi casa, no puedo más. 
Acostada mirando hacia el vacío a las dos de la mañana, ya entre almohadas y libros abiertos, alguien se rió en mi oreja y se me paralizaron las manos, la arritmia, la aceleración de las horas de un sábado y el anciano que nunca nadie vio pasar, solo yo. 

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