jueves, 17 de enero de 2013

Día 1: Continuación

Caminábamos por la plaza principal cuando vi un edificio descomunalmente grande. Había sido un hotel muy famoso en su tiempo hasta que descubrieron que su estructura estaba chueca y la tierra se lo estaba tragando de a pocos. Le tomé unas cuantas fotografías y pasamos por la iglesia, donde un grupo de mujeres encendía velas en nombre de un sacerdote polémico y antes que me diera cuenta, mi padre hablaba frente a cámaras sobre la actualidad.
Típico de los viajes y de mis malos hábitos, tuve un romance telepático con un hombre sentado en la mesa de al lado durante la cena  y esta historia acabó cuando pagó su cuenta, prendió un cigarro y después de mirarme, desapareció por la ciudad en donde se respira aire caliente.
Dije que esta no es una ciudad alegre, pero no me imagino a nadie profundamente triste viviendo en un lugar como este. No es como Lima, la ciudad de la nostalgia, de lo visceral, la esperanza agridulce que cae en ilusión y a veces de los buenos sueños. Cualquiera puede morirse de pena en Lima, pero aquí no comprendo  qué es lo que sucede. Arrastré mi estela gris de greñas y reflexiones hasta este punto verde del país y de repente todo se desvanece, como si estar triste fuera incompatible con el espíritu de esta pequeña ciudad. 
No sé si culpar al desequilibrio químico o es que aquí hay algo que de verdad no comprendo. ¿Qué es? 
¿Podré quedarme con esta sensación de paz como recuerdo? ¿Regresaré a Lima y de repente, todo estará mejor?
Le escribo a mi querida Azul diciéndole que ella amaría este sitio, los paseos por el río Amazonas, las tribus  en medio del agua, los bares nocturnos y los precios bajos de alcohol de buena calidad. Tampoco me faltan fuerzas para relatar a Rein todas las cosas increíbles que he visto en tan solo un día. ¿Será cierto? 
¿Será que este lugar está devorando todo lo que traje de casa?



B. 


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