jueves, 17 de enero de 2013

Día 1

En esta ciudad el aire se respira caliente. Mientras el sol te quema la espalda y escuchas a lo lejos el murmullo de cientos de insectos buscando tu sangre, parece como si las casas se movieran a tu alrededor, transpirando y dejando que las mesas, las sillas, los cubiertos y las paredes suden por sí solas hasta dejarte la sensación de haber caído en medio de una densa tibieza tropical.
En esta ciudad aprendí lo que es una ducha de agua helada que se lleva amargura y desacuerdos por el desagüe para darle paso al ronroneo de la vida nocturna. Dicen que aquí todo es fiesta por la noche, pero he  venido hasta acá arrastrando nudos que aún tengo que desatar y solo se me ocurre seguir escribiendo por las noches. 
Hoy estuve a tan solo unas horas de conocer el Amazonas y mientras paseábamos en bote por las aguas oscuras y frescas de los ríos de la selva, pensé en el infinito y en el abismo, recordé que probablemente pasaría un buen tiempo antes que regresase a tener a mi lado a un delfín rosado y creo que me sentí feliz. 
Aunque como suele pasar con esta clase de viajes, no todo ha sido del color de las amapolas y veo cercana el fin de mi primera noche en esta ciudad. Por más que me digan lo contrario, no la considero un lugar alegre. Tiene algo peculiar, como una boa vieja que ahora vive asustada de quienes pasan por su jaula pero sigue siendo el animal feroz que en algún momento se comió a un niño. 
Quiero regresar.  Qué parte de este laberinto de avispas negras y brisa caliente tenía el deber de derretir la Lima que quedaba en mi. 
Por qué no puedo continuar. 



B. 



No hay comentarios: