miércoles, 29 de septiembre de 2010

¡Orates!

Solo para la morbosa curiosidad de todos los que esperaron por mi relato, el centro psiquiátrico donde me mantuve estaba tremendamente lejano del abuso y los golpes. Las enfermeras no nos manoseaban ni tampoco nos daban manguerazos de agua helada. Eso es medieval, olvídenlo, por si están esperando algo así de perturbador les cuento que se van a morir de ansisas y solo de ansias, pues no va a llegar.
El centro psiquiátrico donde me quedé durante medio año no tenía absolutamente nada de monstruoso. De alguna manera, fue una clase de paraíso muy abstracto. Les cuento que la cosa fue muy sencilla, solo ingresé a finales de diciembre después de una bonita navidad llena de regalos, materialismo, bengalas y libros nuevos. Sacaron el nacimiento tres días después de que me fui. No tienes que ser mayor de edad ni estar loco de remate para entrar en un centro psiquiátrico, esa es otra idea medieval e ignorante que las personas se llevan por culpa de Hollywood.
Honestamente, los locos, "los que estamos locos" seamos quizás compañeros más interesantes para dialogar. Por decir que allá adentro no existen los holas ni mucho menos la pregunta de cómo te encuentras, que bonito clima, jaja, estás loca. Esas cosas son con los terapeutas, pero entre pacientes no hay presentaciones. Se sientan a tu lado, te preguntan qué haces acá o de frente te comentan algún episodio traumático de sus vidas, nunca es lo mismo. Nunca hay tres personas que intentaron matarse ni dos que consumieron pastillas con alcohol. Sonará como una situación clásica pero no, todas tienen maneras distintas. No es como los centros de rehabilitación para drogadictos, allá casi todos fueron influenciados por los mismos malos amigos y demás hijos de puta que les inyectaron porquerías.
Los que estamos en centros psiquiátricos todo el verano somos menos dañinos que aquellas personas. En ese lugar todo es blanco o de color pastel, colores sanos, como los de las habitaciones de los bebés, es por eso que el ambiente se siente tan tranquilo, por lo menos hasta que alguien comienza a gritar o llorar. Allá conocí a Allison y a su esquizofrenia que venía con un curioso complemento de peluches destrozados, guardaba a aquellos monstruos destripados como recuerdo de su antigua vida, antes que sus padres decidieran internarla. "Medio año no es nada, Bárbara. Las cosas son así ¿Y tu qué demonios...?" Yo, como toda paranoide, solo tenía que continuar con la historia y comer uvas verdes por las tardes, en la sala de estar.
Fue una experiencia inolvidable. Hice muchas amigas, aunque suene extraño. Cuando salí fue como haber estado en otra dimensión durante una vida entera. Afuera mis viejos amigos me miraban extrañados, quizás con miedo de visualizarme con una camisa de fuerza y el cabello hecho un nido de arañas cada vez que me saludaban en el colegio.
Los profesores sin embargo se mostraron muy comprensivos. La loquita acaba de regresar, tengan un poco de paciencia, señores...
Y yo, como toda paranoide, solamente resolvía más ecuaciones en la pizarra, con las orejas quemándome y las imágenes de los monstruos de Allison aun dando vueltas en mi mente.
Nada como estar en casa.

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