jueves, 9 de septiembre de 2010

No Todo Funciona

París está mejor que nunca. Notre Dame respira silenciosa por las noches y los croissants jamás habían estado más suaves.
Las cosas han cambiado mucho desde que te fuiste.
De repente veo el sol más brillante, siento la lluvia más fresca. Ya no me importa comer un pan más en el desayuno y mucho menos en aprender a fumar y reír inútilmente como los franceses.
Eso sí... la habitación está más callada.
Aunque las mujeres de aquí sean bellísimas, hay algo que no encaja. Las parisinas están muy buenas, casi todas aman el café, los libros, la pintura. Tienen la piel perfecta, los ojos encendidos, son interesantísimas en las noches y tiernas por la mañana. Andan siempre idealizando e imaginando cambios radicales, como si la Revolución Francesa hubiera sembrado sus consecuencias más allá de los libros de Historia.
Raramente pienso en ti. No me faltan ganas para tomar un avión de regreso y buscarte solo para saber qué tal te va. Me da curiosidad enterarme si me extrañas, si aún me insultas cuando desayunas o si has terminado todo lo que te propusiste alguna vez. Sea una cosa o la otra, yo estoy aquí y tu allá. Si te extraño o me das igual, no significa ya nada con tantos kilómetros y océanos de distancia.
Acostumbrarme al silencio de la habitación es, sin embargo, algo que se ve imposible. Lo admito, de alguna manera anhelo escuchar tu risa estruendosa uno de éstos días y molestarte. Alabarte y sonreír.
Sobre todo, sonreír.


También tengo sentimiento, a pesar de todo. Soy tan orgulloso que nunca admití que fue mi culpa. Eres tan buena que jamás me exigiste una disculpa, un perdón lleno de culpabilidad.
Intentaré acostumbrarme a que París está mejor sin ti. Que yo no le pertenezco a nadie.
Pero jamás podré acostumbrarme al silencio.
Ni a lo infeliz que me siento sin ti.

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