sábado, 25 de septiembre de 2010

Caramel Poison

Esas muestras de cariño no significan nada y nunca lo harán. Tampoco las palabras al atardecer, los escalofríos debajo de los árboles ni las cartas nocturnas. No significan nada y aunque lo sabes, vives preguntándote cuánto falta para él día siguiente, cuando te dirán una verdad que no existe.
Perdóname, pequeña, pero sabes que todo ésto no significa nada. Quizás fue culpa de ustedes dos, por decidir vivir la vida como un parque de diversiones, alimentarse de algodón de azúcar el resto de la semana y olvidarse que existe un mundo macizo, frívolo y libre en donde tienen que vivir, les guste o no.
Se olvidaron de quienes eran y por eso lloraste cuando menos lo esperabas, sonreíste cuando no debías y te quedaste ahí, sentada debajo de un árbol crepuscular como si fueras una estatua. Y yo te observo y pienso ¿Por qué?
Si eras tan feliz, tan reflexiva, tan diferente a las demás... quiero saber, pequeña ¿Por qué?
¿Quién te mandó a amar?
La respuesta es nadie. Y eso es lo peor de todo. Te las buscaste y al final encontraste ese "aquello" que te hacía menos o quizás más humana que el resto. Lo que te dije siempre: amar no tiene nada de glamoroso, nada de dulce, nada organizado.
Me di cuenta desde la primera vez que me hablaste de él y me lamenté que ésto pudiera ocurrir. Ahora te veo llorar y los quiero matar a los dos, a ti por creerle y a él por jugar, por ser tan cruel, por superar los límites de insensibilidad.
Yo soy insensible, pequeña, íbamos a ser insensibles las dos y todo se acabó por las tardes otoñales en sus brazos, las risas estruendosas entre calles luminosas. Por esa diáfana tranquilidad que inundaba tu joven corazón cuando lo veías aparecer, siempre pasivo, siempre desordenado y al mismo tiempo pulcro, como la encarnación de tu sueño. Jódete. Jódete porque tu sabías que ésto iba a ocurrir y porque no te importo. Te creíste los piropos, los halagos y las despedidas de media hora bajo un clima terriblemente frío.
Íbamos a aprender a recorrer ésta vida sin problema alguno, a no dejar que nadie nos tumbara nunca, nada ni nadie. Todo queda como un eco, pequeña ¿Te das cuenta?
Y sin embargo yo me quedo a tu lado, consolándote, viéndote llorar amargamente e insultando a toda la humanidad, pero por sobre todas las cosas, a ese imbécil que te hizo sentir especial.
Han pasado solo unos meses, tú te derrumbas y él continúa viviendo.
Tranquilo, pasivo, desordenado y aún pulcro. Ya lo sabes, ya lo sabemos los tres...
Deseo que sanes, pequeña, que vuelvas a reír y dejes de mirar al suelo, a la nada, deseando inconscientemente que él aparezca. ¡Tenía en fe en ti! ¡Tenía fe en que no ibas a creerle! !Yo la tenía!
Yo te tenía amiga mía, siempre protegida de éste mundo perverso.
Y simplemente me reemplazaste, por un príncipe mediocre y adicto.
Por un paseo destructivo en un carrusel románticamente suicida.

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