Los días jueves son los días de partida y de llegada. El año pasado, eran el momento sagrado de la semana en donde me retiraba con los antiguos camaradas a sentarnos alrededor de la mesita redonda del piso de abajo y chocar copas y escupir nicotina, ecogiéndonos los hombros y escuchando a ver quién tenía la historia más triste que contar. De una u otra forma, siempre terminábamos hablando de una revolución que no se podía culminar.
Los días jueves regresaba a casa tambaleándome en el autobús hasta que conocí a Sara, que me miraba leer o manosear mas bien mi libro, sentada a su lado, y en cuanto la miré, supe que no sería otro rostro desconocido que uno cruza camino a casa. Mi madre sentía el alcohol arrastrándose por mi garganta y entonces me iba a dormir feliz y sin el miedo ridículo pero patológico que tengo ahora a morirme mientras sueño.
Hubo también un jueves en donde me di cuenta que la honestidad viene debajo de la lluvia y con minutos de arrepentimiento a la mañana siguiente. Entonces aprendí que la verdad no tiene nada de malo, pero por más que se diga y se manifieste, siempre habrá alguien que no la verá. Un jueves en donde un hombre le dice a una mujer Te amo con la misma fuerza con la que me odio y ella le sonríe mientras responde A mi también me gustó el café.
Y todos los jueves que le siguieron a los viejos jueves fueron y son, días de recuerdo. Últimamente pienso que cada vez que suspiro debajo de un árbol, es con la esperanza que la vida que abandono, lo acompañe a él, que siempre está lejos.
B.
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