sábado, 9 de febrero de 2013

Continuar.

Hoy es otro día de verano en donde a las seis y media de la tarde me cae encima la naranja oscuridad del atardecer y me siento triste. Hoy es sábado y la gente suele irse a pasear entre las calles del centro de la ciudad, algunos dejan que unos pies extraños les pisen las costillas en un concierto de underground, algunas se arreglan el cabello antes de dar el primer paso dentro del auto que va hacia el club al otro lado de la ciudad y otros se acomodan en la butaca del teatro mientras esperan que comience la función mientras el aroma a chocolate inunda sala.
Yo por mi parte, ni siquiera tengo lo que requiere ponerse de pie.
Hoy es otro día en donde me levanté de buen humor, pero por ser sábado, por ser febrero, por ser el atardecer y por ser yo, me puse tan triste que detesto a absolutamente todo el mundo.
Y en ese espacio pequeño de la excepción, están los que son tristes como yo y los que simplemente no pueden sentir nada. Regresamos en marzo a la universidad y no es necesario que decir que he regresado a mi punto de inicio cuando recién ingresé y me dedicaba a salir corriendo de clases para evitar hablar con las personas. Entonces las cosas cambiaron, pero todos regresamos a la coordenada cero. 
Mis años pasan y lo único que sé, es escribir que estoy triste. 




B.

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