Después de tanto tiempo, me senté en la ventana a ver el atardecer que tanto detesto. Solo entonces me di cuenta, que no es tu risa lo que recuerdo, ni tampoco la luz de abril de tus ojos que parecen haber llorado por años, tampoco es tu corteza de árbol maltratado por la lluvia o el susurro gentil de tus manos dentro de los bolsillos. No es tu dentadura carcomida por los tragos amargos ni el color de renacimiento que tiene tu piel en la sombra, no es tu tímida lágrima escabulléndose por tu oreja cuando duermes, ni los retratos familiares que miran hacia la pared. No es la tierra entre tus dedos, no es el silencio de tu tropiezo. No somos nosotros.
Fue una frase acongojada que escapó de tu boca que brincó hacia la muerte y se abrazó la vida, y se arrastró entre mi olvido, para colgarse de mis entrañas.
Entonces, después de tanto tiempo, me senté en la ventana a ver el atardecer que tanto detesto, y lloré como hacía mucho tiempo.
Al lado de tu recuerdo, duerme mi eternidad.
B.
34 a.
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