martes, 5 de febrero de 2013

Febrero

En medio de esas tres horas de cable telefónico, le pregunté cómo iban las cosas y quizá fue el tono de mi voz que hizo que se pusiera en guardia y en una voz bastante a la defensiva, irritada con facilidad, me dijo que todo bien y que la única novedad, era que había vuelto a soñar con ángeles. "Sueño que estoy desnuda en la mitad de una habitación roja y que todos están sentados en lo alto, trepándose del techo y rascándose la nuca, mirándome como si fuera una clase de espectáculo" me dice "Los ángeles emanan un olor a nicotina, bondad y una pureza enormemente amarga, es como el vómito de un corazón desamparado. Mis pesadillas no dejan de sorprenderme. Quizá lo peor de todo, es que cuando despierto encuentro plumas en los bordes de mi ventana". Le confesé que hacía mucho tiempo que no nos hablábamos y que hasta cuándo iba a quedarse encerrada en su casa con el mismo ánimo de desaparecer y hacer experimentos con sus emociones. "Solo te hace falta un laboratorio" le dije "Estaría todo salpicado de sangre". Me senté en la ventana mientras me contaba que aún faltaba mucho tiempo, que estaba desintoxicándose de todas las cosas que habían sucedido y que todo lo que necesitaba, era estar sola. No hacía falta hacerle una lista, punto por punto, sobre los beneficios y desventajas de la soledad porque ella lo sabía de antemano. Creo que el problema era que al fin y al cabo le gustaba esa sensación angustiante, de abismo infinito, que solo sienten las personas que antes de dormir rezan por el bienestar de lo que nunca será suyo.
Quisiera saber cuántas noches Dios la ha observado llorar. 



B.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las lágrimas derramadas son amargas, pero más amargas son las que no se derraman.

Margot dijo...

Coincido contigo Anónimo...
O como dice el tango: "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió"...