miércoles, 3 de octubre de 2012

Nueve

Escribí de ti antes de conocerte, escribí el gran final antes de siquiera comenzar. En ese momento la gente escribía sobre nosotros y tu escribías sobre la gente. Yo me sentaba en las noches a hablar con el Padre y le decía Viejo, no entiendo con qué punto dejas que estas cosas sucedan, supongo que ya es un habito tuyo, yo solo quisiera que fuera primavera de vez en cuando. Y tu te cogías la cruz del cuello y la estampa y los rosarios y los collares de todos los santos. En algún momento, cuando el cuello ardía de octubres atontados por el verso, tenias que echarte las Ave Marías hacia atrás. Y escribíamos poemas debajo de las luces tenues y si la gente dice que fuimos felices, pues todos mienten y si dicen lo contrario, están igual de equivocados. No hubo lágrima ni risa porque todo estaba mezclado. Un poema escrito encima de otro, hasta que el papel se rompió. Y mientras se caminaba hacia algún lado alguien decía Te pido perdón por lo que hice porque te he matado mas de una vez. Pero en ese momento llovía sobre la ciudad y ya nadie sangraba. Después de tanto tiempo, ahora que escribimos con plumas diferentes y sin embargo con el mismo color de tinta, me rehúso a pesar que voy a arrastrar su sombra y mi sombra y la sombra de todos los hombres a donde yo vaya.
Dicen que nadie es tan descorazonado como para cortarle las alas a las memorias y mantenerlas con uno todo el tiempo, solo porque nos da miedo conseguir unas nuevas.

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