martes, 5 de noviembre de 2013

100 mg


No siento mis piernas.
La oscuridad de mi cuarto es difusa.
Dosis. Diagnosis. Aragnórisis.
Tengo sueño y sueños.
Tengo hambre de violencia.
Tengo violencia de puro sueño.
Detesto despertarme en la cama,
por lo menos sin ese par de omoplatos que me entibian la risa. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Pausa Al Absurdo

Después de una semana de repeticiones, esta ha sido la primera noche que paso sin pesadillas. En realidad ni siquiera cuenta como noche, porque solo he dormido cinco horas. Técnicamente y haciendo mis pésimos cálculos, llevo dos días sin dormir. Aumentados los niveles de agresividad, el plotwist es que mi sistema nervioso ha decidido rebelarse contra la niebla que me ha perseguido en los últimos días y de repente puedo observar el panorama con mayor claridad. Octubre fue un mes siniestro, oscuro, pero revelador. 
Con la llegada de un particular sol a la ciudad, caigo en la cuenta que debo de dejar de aferrarme tanto a las sombras, los fantasmas y las fábulas pasadas. Qué cara de palo. Anoche, mientras terminaba de tipear mi trabajo a las cuatro de la mañana, vi que estaba siendo muy injusta; este discursito que suelo repetir a todo el mundo sobre la importancia del continuar y lo horrendo que es quedarse paralizado en un lapso de tiempo que no va a regresar, es, en efecto, el discursito. ¿Y yo? Bien gracias, al bolsillo, la cara seria, como siempre, desde que tengo memoria, la que se hace la fuerte y luego pasa la noche en un insomnio brutal preguntándose puras tonterías cuando nada ha pasado. 
Siempre he sido la clase de persona que se pone a pensar qué ataúd va a comprar cuando todavía nadie se ha muerto, pero ya ha sido suficiente. No se puede vivir así. Asumo que todo esto es una epifanía real y no una consecuencia de haber pasado dos amanecidas a base de agua, música y almohadas sobre la cama. 
Solo me quiero dejar de cojudeces.
Y volver a mis felices travesuras de siempre. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Silueta en el jardín

Nadie nos creía una unión conveniente. Yo andaba escarbándome los restos de pintura pegada a la piel cuarteada de mis nudillos y él tenía las manos blancas y limpias, las uñas cortas y de tonalidad purpúrea, señal típica de los que tienen problemas para respirar. Nunca sonreía demás, nunca se reía. Jamás olvidaré las contadas veces que alcancé a ver sus dientes blancos, casi transparentes, tímidos detrás de su boca pálida. 
Lo conocí tres años antes de irme. En ese momento yo no tenía ese extraño hábito de jalarme compulsivamente las mangas de los suéteres, no sé si en un afán de esconder cicatrices pasadas o por simple nerviosismo. Pero lo encontré, quizá él me encontró o hasta pudimos haber sido un simple capricho de Dios, una coincidencia sin importancia. Solo sé que fue frío, como el témpano, como la indiferencia, desde el primer hasta el último día.
  Aleksandra Waliszewska
Era una paradoja de cabello largo y ojos ambivalentes, a veces claros, brillantes, otras veces siniestros, cargados de una inexplicable amargura. Nos sentábamos por horas enteras en el mismo lugar a hablar. En aquel limbo silencioso que era el jardín de su casa, siempre desierta, rodeada del ruido de la ciudad que cada día parecía más lejana, más extraña, mirábamos el cielo sin decir nada. De repente su piel helada sobre mi mano derecha, un beso con sabor a abandono cerca a la boca, un susurro gentil en el oído. 
Existíamos en aquel jardín. Fuera de los rosales y los arbustos de margaritas, a mi se me caía el cabello, se me partían las uñas y nosotros éramos entes separados, aparentemente unidos por un hilo que yo sentía desnutriéndose con el paso de los días, mientras su beso nocturno se fortalecía. Escupía sangre a las dos de la mañana y me creía una estatua de mármol de su jardín, decoración de carne, hueso y vísceras, su muñeca de porcelana, la compañía más adecuada. 
Nunca se lo dije. Pasaron tres años y nunca se lo dije y el día en que las costillas se estrellaron dentro de mi cuerpo, que la hemorragia pudo más que mi fortaleza recuerdo que estaba triste y feliz, me sentía miserable pero tranquila. Entonces me fui. 
Alguien me dijo tiempo después que guardó luto por años enteros, que casi pierde la razón cuando escuchó la noticia, que casi pierde la vista por lo maltratados que quedaron sus ojos de puro llanto. 
Pero no les creo. 
El que yo conocí no lloraba, no parecía sufrir, siempre estaba calmado y ningún silencio le hizo perder la compostura. Parecía ser un poco más humano cuando estábamos en el jardín, pero eso es todo; más allá de los rosales, estaba tan frío como la primera vez que lo vi. 
Si estuve equivocada hasta el último día, él nunca me lo hizo saber. 


Inspirado en Pesadilla # 5.

sábado, 2 de noviembre de 2013

En 1994

Diecinueve años cumplidos exactamente a las dos y veinte de la tarde de hoy, dos de noviembre. Esta mañana me levanté después de haber tenido una pesadilla, otra más que agregar a la lista, pues últimamente lo único que tengo son estos sueños que en sí solo son conversaciones cargadas de tristeza, y pensé que bueno, en fin, qué se va a hacer, diecinueve años cumplidos ¿Y ahora qué es lo que sigue? 
Pero acabé acompañada de dos personas muy importantes para mi, sentadas las tres en un bar cercano a casa, chocando copas, el rostro adormecido, mi cerebelo pervertido, flashbacks inoportunos en medio de conversaciones que se atragantaban con risas y entonces me di cuenta que estaba feliz, muy feliz de haber cumplido diecinueve y de estar acompañada por personas que me querían de verdad. 
Hay algo curioso. Recién a esta edad encontré que cosas como lo de hoy, ese almuerzo en una mesa cubierta de migajas, cervezas heladas y la voz de mi padre contando por enésima vez la misma anécdota de mis primeros años de vida, mi madre tomando fotografías mientras finjo que no me doy cuenta y me tapo el rostro, ellas riéndose y sonriéndome, son únicas en el mundo.
Diecinueve años. El inicio de mi último año en la famosa 'base diez' y la verdad no sé qué decir. Escribo algo porque es mi cumpleaños y es verdad que algo extraño y curioso se me ha quedado de este alegre día pero no estoy segura de cómo expresarlo. Es posible que no sea necesario. 
Gracias a todas las personas que me han llamado, saludado y abrazado el día de hoy. Aquí, con el pulso acelerado por el alcohol y una larga noche de trabajo universitario por delante, soy feliz. 
Una página más en el libro.