miércoles, 26 de marzo de 2008

Me gusta verte dormida

Y al terminar pensé... que curioso fuera que alguien me lo dijera.


Me gusta verte dormida, abrazando una almohada hasta el medio día. Me gusta verte dormida apoyada en la mesa en plena clase, me gusta verte dormida sobre mi hombro durante el anochecer. Me gusta verte dormida porque tus ojos están cerrados, y no se abren lentamente para dejar lágrimas escapar. Para tristemente observar en las calles los autos pasar. Me gusta verte dormida porque tus labios están sellados, y no me cuentan hundidos en pena lo que te ocurre día a día. Me gusta verte dormida porque te vez muy tranquila, respiras lentamente y ocultas todo lo que tienes por contarme. Tu rostro se ve tan angelical, tan perfecto. Me gusta verte dormida y ojalá la noche durara más, para no ver la realidad, y tu frágil figura decir "Buenos días"

martes, 25 de marzo de 2008

Una pesadilla para mi

Una pesadilla para mi. Y la tétrica imagen comienza.
Un edificio en una calle desierta, iluminada solamente por uno que otro farol, hojas de periódico estaban tiradas en el suelo, cual ciudad fantasma y muchos callejones ocultaban obscuridad y seres silenciosos que tal vez ni siquiera existía.
El edificio de lunas rotas y otras completas, llenas de polvo, obscuras.
Todo era silencio 14 pasos más arriba, la pintura ya sucia y llena de manchas negras.
Una escalera recorre todo el edificio hacia arriba, como una forma de escapar o subir hasta el final.
Cuando me doy cuenta, solo hay una ventana que contiene luz, una luz tenue, casi a punto de desaparecer. Subo la escalera, cada barra de hierro esta oxidada y sucia, no quiero ni olerme las manos. Hago un esfuerzo por no mirar hacia abajo y no notar la terrible altura en la que me encontraba. Llegué a la ventana donde podían haber personas y salté.
Aterricé en el suelo y abrí la puerta. Aquel terrible escenario nunca se irá.
Una habitación, parecida a las salas de emergencia de un hospital. Una luz blanca, tenue y un extraño olor a formol, o a uno de esos medicamentos.
Aquel lugar mas parecía una enfermería. Un grupo de niños sentados en círculo, miraban (o tal vez escuchaban) a un anciano sentado al medio. El levantó la mirada, me observó y sonrió como si me conociera, los niños no hicieron nada. Entonces me dieron la espalda mirando al anciano y comenzaron a cantar... " Oh señor ten piedad... de nosotros. Oh señor... ten piedad, de nosotros..." Era un ritmo tan conocido, tan lento, tan lleno de vergüenza y pena. Lo había escuchado muchas veces cuando iba a la iglesia, un ritmo de arrepentimiento. Levanté la vista con las manos sudorosas, con el olor a formol recorriéndome los pulmones.
Entonces el rostro del anciano se deformó y su cuerpo comenzó a cambiar horriblemente. De un momento a otro sentí como el ambiente a mi alrededor cambiaba y me estaba cayendo por la ventana hacia el duro y frío pavimento. Cerré los ojos antes de imaginarme el dolor que sentirían mis huesos al chocar contra el suelo. Di un respiro... y todo acabó.

Me desperté sudando, con las piernas temblando por el miedo. Cogí mi reloj que estaba en mi mesa de dormir... la hora... tres de la madrugada en punto.